La integración EMA es urgente
Por José María Mella Marques, Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid
La integración Europa-Mediterráneo-África (EMA) podría basarse en el desarrollo del sistema productivo, teniendo en cuenta los principios de inclusión social y sostenibilidad ambiental, que siguen los acuerdos de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Para la integración regional de EMA, se necesitan tres instrumentos: una banca regional de desarrollo, un tratado de coproducción y titulación de inversiones y una estructura de estudio de los procesos de integración regional. Las bancas por subregiones ya existen (Europa, Mundo Árabe, África), pero sin coordinación entre ellas ni una vocación regional para el conjunto del área. No existen, aunque se necesitan, acuerdos de integración económica que estimulen las inversiones directas extranjeras, sino tratados fragmentados y limitados al libre-cambio que deben superarse con convenios de coproducción e implicación de los Estados, las organizaciones empresariales y profesionales.
Tampoco existían, hasta fechas muy recientes, estructuras de estudio e investigación conjuntas. De ahí que, desde la Universidad Autónoma de Madrid, se haya creado y promovido una Red de catorce Universidades europeas, mediterráneas y africanas, con apoyo y financiación de la UE, para fomentar el estudio y la investigación de los principales problemas sectoriales (energía, agua, alimentación, financiación, cambio climático y sostenibilidad, creación de empresas, comercio e inversión, gobernanza, …) y de las políticas de desarrollo. Y también para estimular la cooperación entre universidades, administraciones públicas y asociaciones empresariales y sociales. Aunque, es obvio, que las presidencias de los gobiernos implicados o sus órganos delegados debieran asumir estas tareas como propias.
Como dice el geógrafo francés Guigou, se necesita volver a la proximidad geográfica y geopolítica, tan importantes para la innovación y la utilización de la tecnología, la complementariedad de las cadenas de valor de la producción y para una mayor cooperación económica y política. En ese terreno, es donde la UE debe desplegar todo su potencial de experiencia, dado su proceso de formación como mercado único y unión monetaria.
La UE ha mostrado con clarividencia que la globalización no se puede entender sin la regionalización. La globalización debe basarse en la constitución de conjuntos que asocien a territorios vecinos. No se trata sólo de deslocalizaciones por el bajo coste, sino sobre todo por la calidad del producto exigida por los consumidores, las innovaciones organizativas y técnicas constantes y el desarrollo de las bases de una “economía colaborativa” (interacción entre oferta y demanda).
Esta propuesta de regionalización de EMA descansa sobre las bases de proximidad económica, el conocimiento y el saber hacer, la coproducción para generar más valor añadido, la complementariedad de los calendarios climáticos agrícolas, el aprovechamiento de las ventajas de un Norte maduro, envejecido y tecnológicamente avanzado con un Sur con mano de obra joven, en crecimiento y con mercados en expansión.
Los procesos de integración Norte-Sur no son históricamente nuevos. Han sucedido y están sucediendo en otras partes del mundo. Véase los casos de Japón en los años cincuenta del pasado siglo (con Singapur, Taiwan, Hong Kong, Corea del Sur), no necesariamente atrayendo inmigrantes sino invirtiendo en capital y redistribuyendo la producción en esos países, y en los ochenta y noventa formando el Asean (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) Plus Tres (Japón, Corea del Sur y China).
Se trata de apoyarse en un buen ideario, una hoja de ruta y la firme voluntad política de llevarla a cabo. No se pierda el tiempo. Es urgente.
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