Sobre los efectos espaciales del turismo
Por Fernando Rubiera, Laboratorio de Análisis Económico Regional de la Universidad de Oviedo – REGIOlab
En pleno verano parece muy oportuno abrir una reflexión sobre los efectos urbanos del turismo. Décadas después de que este sector fuese el motor del despertar económico de España, hoy en día sigue siendo fundamental para nuestra economía y sobre él descansa buena parte de la recuperación económica actual. Las actividades vinculadas al turismo son intensivas en trabajo y, normalmente, de alto valor añadido. Por su propia idiosincrasia es un sector exportador, lo que ayuda a reequilibrar los balances internacionales. Además, cuando el atractivo turístico esta vinculado a una geografía o una cultura concreta no se puede deslocalizar.
Pero el turismo tiene también efectos dañinos. El modelo de “sol y playa” que hemos potenciado en España se concentra temporalmente en unos pocos meses de verano. Esto produce una fuerte estacionalidad que se acaba reflejando en toda la economía y, sobre todo, en inestabilidad laboral. Igualmente el clima y las condiciones geográficas para dicho modelo de “sol y playa” se concentra geográficamente en unas pocas regiones a lo largo de la costa mediterránea reforzado las desigualdades espaciales del país y alterando el eje de desarrollo. En la España pre-turística teníamos una dinámica espacial norte-sur. La entrada en escena del sector turístico en los 60 empujo el centro gravitacional de la economía al noreste.
Con todo creo que el aspecto más negativo del turismo se refiere a su impacto socio-económico y ambiental. Todos conocemos bien como un rápido desarrollo turístico puede degradar el medio ambiente y el paisaje de una zona. Existen múltiples ejemplos de barbaridades urbanísticas que arrasan con el entorno natural, las costumbres locales y el paisaje rural y urbano tradicional de áreas enteras. Las consecuencias ambientales son terribles, perfectamente equiparables a los daños que produce un descontrolado desarrollo industrial. Además, en la medida que se homogeniza el paisaje se pierde el atractivo local forzando a una competencia vía precios. Por ejemplo, si queremos visitar una villa siciliana con su encanto tradicional sólo podremos encontrarlo en Sicilia con lo que, en la medida que se logre señalizar ese destino como algo deseable se podrán fijar precios cuasi-monopolísticos obteniendo mayores márgenes de beneficio. Sin embargo, una playa rodeada de torres hoteleras es un producto que encontraremos en cientos de lugares a largo del mundo, decenas sin salir de Europa, lo que elimina la potencial diferenciación y fuerza a competir bajando precios y reduciendo márgenes. Por último, el turismo en masa eleva el coste de vida local. Esto hace que se produzca la paradoja de que los lugares más turísticos sean los más dinámicos pero que, al mismo tiempo, sean los más caros y donde mayores niveles de pobreza relativa encontremos.
Para lo bueno y para lo malo mi región, Asturias, ha quedado al margen del desarrollo del turismo de “sol y playa” de los 60 y 70 y no engancha con la “gallina de los huevos de oro” del turismo hasta bien entrados los 90. Lo hace con un modelo muy distinto: el turismo rural. Este modelo es mucho mas sostenible y aunque hubo un crecimiento excesivo de la oferta de casas y hoteles rurales su impacto ambiental ha sido mínimo, incluso positivo por la recuperación demográfica de algunos municipios y la restauración elegante de muchas joyas del patrimonio rural asturiano. Desde luego este modelo genera mucha menos actividad pero a cambio tiene impactos sociales, ambientales y de coste de vida mucho mas sostenibles. Sin embargo, en los últimos años me preocupa observar la evolución de urbanización acelerada que han presentado algunos municipios de la costa oriental del Principado (Llanes y su entorno).
En un estudio que Víctor González, José L. Pérez y yo mismo publicamos en Investigaciones Regionales (núm. 27, año 2013) buscábamos identificar hasta qué punto llegó a existir una burbuja inmobiliaria en Asturias. Para ello calculamos el crecimiento del suelo residencial mediante imágenes de satélite geo-referenciadas e intentamos identificar si este crecimiento estaba explicado por variables demográficas, sociales y económicas de carácter local. Lo que encontramos es que, en general, el crecimiento del suelo urbano residencial de Asturias se produjo de modo ajustado a su evolución socio-económica local. En el centro de Asturias identificamos que el crecimiento de cada municipio estaba vinculado no sólo a su propia evolución sino, crecientemente, a la del conjunto del área central. Es decir, el crecimiento del suelo residencial de municipios como Llanera o Siero se explica mas por las variables socio-económicas de Oviedo y Gijón que por las suyas propias. Pero en el resto de la región, las zonas rurales, la evolución del suelo residencial estaba acompasada a la evolución demográfica y socio-económica endógena. Sin embargo, este crecimiento acompasado del suelo residencial explotaba, desconectándose plenamente respecto del entorno local, en los municipios de la costa oriental asturiana. Estos municipios han liderado el turismo de Asturias desde siempre. Normalmente lo habían hecho aprovechando casas rurales para su alquiler o creando una moderada oferta hotelera que implicaba una expansión urbana reducida. Pero en la última década se ha producido un fuerte desarrollo de urbanizaciones enteras proyectadas para la segunda residencia. Este crecimiento demasiado rápido y poco controlado ya está generando congestiones e impactos sociales y medioambientales. La dimensión no es en absoluto equiparable a lo ocurrido en muchos puntos de la costa mediterránea, pero sí empieza a tener las dimensiones de casos previos en Galicia y Cantabria, donde hubo crecimientos que dañaron fuertemente la singularidad y belleza de los paisajes locales.