El impacto desigual de la mortalidad de la COVID-19 a escala regional
Por Josep-Maria Arauzo-Carod – Departament d’Economia (ECO-SOS) – Universitat Rovira i Virgili – @IND_LOC
Los datos sobre la mortalidad asociada a la COVID-19 muestran unas enormes desigualdades territoriales entre las regiones europeas. En concreto, mientras unas zonas han sufrido solo puntualmente los efectos de la pandemia, en otras la incidencia ha sido considerablemente más importante, hasta el punto de cobrarse un precio muy elevado en vidas humanas. Dichas desigualdades no sorprenden en un contexto europeo en el que, por desgracia, la convergencia en rentas y niveles de desarrollo es todavía una quimera, pero cobran especial importancia dado que en este caso no se trata de alcanzar mayores o menores cotas de bienestar sino de salvar vidas.
Al margen de dichas consideraciones, es cierto también que una parte de esas desigualdades pueden explicarse en términos puramente administrativos, dado que al inicio de la pandemia se produjeron enormes divergencias sobre la forma que tenía cada administración pública de contabilizar los decesos causados por la COVID-19. En este sentido, no todos los gobiernos indicaban la mortalidad pandémica como consecuencia de la COVID-19, dado que algunos clasificaban dichas muertes en función de la patología asociada (neumonías, por ejemplo), lo que generó un considerable sesgo en forma de una incidencia inferior a la real. Estos procedimientos han complicado sobremanera la obtención de datos fiables para cuantificar la medida real de la pandemia en términos de mortalidad, al margen que sea cierto que una vez superado el shock inicial se ha producido una cierta convergencia estadística que hace que actualmente tengamos más y mejores datos. En cualquier caso, la medida del impacto de la COVID-19 en términos de mortalidad no está exenta de polémica, en vista de la inexistencia de registros unitarios a escala comunitaria. Una forma de solventar estas limitaciones es fijarse en los datos de mortalidad total del 2020 e intentar deducir de ellos la parte que pudiera corresponder a la mortalidad habitual (es decir, la registrada en años precedentes), a efectos de obtener la mortalidad (potencialmente) atribuible a la COVID-19. Dicha cifra puede considerarse una buena aproximación, al margen que pueda no ser completamente exacta debido a que no considera la mortalidad generada de forma indirecta por la pandemia (por ejemplo, los pacientes de otras patologías que han visto dificultado el acceso a sus tratamientos habituales), ni la reducción en la mortalidad ocasionada por el confinamiento (por ejemplo, la reducción en la siniestralidad viaria).
En cualquier caso, si tomamos este ejercicio como bueno podemos utilizar los datos de Eurostat y comparar la mortalidad total en 2020 (incluyendo los efectos de la COVID-19) con los datos de mortalidad media durante el período 2015-2019. Así, se aprecia como, en términos relativos, la mortalidad en 2020 experimentó un fuerte incremento en el norte de Italia y centro de España (destacando en ambos casos las regiones de Lombardía y Madrid), el sur y centro de Escocia (incluyendo las regiones de Glasgow y Edimburgo) y el centro de Inglaterra. En cambio, en buena parte de las regiones del centro y norte de Europa el incremento en las cifras de mortalidad fue mucho más moderado. Este es un análisis eminentemente descriptivo y exploratorio, pero todo parece indicar que, dada la diversidad geográfica, climatológica y de estructura productiva de las regiones con un peor desempeño en términos de mortalidad, los determinantes cabría buscarlos en otros ámbitos como, por ejemplo, los sistemas sanitarios, determinadas características demográficas o algunos aspectos vinculados a las estructuras sociales. No hay que olvidar tampoco que las políticas de salud pública han sido muy desiguales a escala estatal, siendo que en determinados estados se optó desde el inicio por políticas de confinamiento muy estrictas siendo que, en otros, caso del Reino Unido, por ejemplo, se prefirió seguir la estrategia de conseguir una inmunidad de rebaño, la cual presionó al alza las cifras de mortalidad.
Mortalidad en 2020 relativa a la mortalidad media durante 2015-2019
Fuente: elaboración propia con datos de Eurostat
Es evidente que, al margen de la explosión de contribuciones académicas generadas como consecuencia de la pandemia, todavía estamos lejos de disponer de un conocimiento pleno de como el contexto económico y social afecta los niveles de mortalidad. Sin embargo, los datos muestran una heterogeneidad considerable y sugieren que un mayor esfuerzo de coordinación de políticas públicas sería (es) necesario. En este sentido, no se trata únicamente de encontrar una explicación a la mortalidad producida por la COVID-19 a partir de encontrar una relación causal entre determinadas variables explicativas y los niveles de mortalidad, sino de implementar las políticas públicas que puedan asegurar un mayor nivel de bienestar al conjunto de los ciudadanos y garantizar su derecho a la vida, amenazado actualmente por la COVID-19, pero en un futuro también por cualquier otro episodio pandémico de características similares.
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