Desafíos ambientales de la integración africana
Por José María Mella Marques. Catedrático Emérito de la UAM y miembro de AMENET (Africa, Mediterranean, and Europe, Jean Monnet Network, EU)
Existe coincidencia general de que África es un continente especialmente vulnerable al cambio climático. Las previsiones son que el calentamiento se eleva a ritmos alarmantes, de manera que la variabilidad climática se manifiesta en fenómenos cada vez más frecuentes como las sequías, las inundaciones, la erosión costera, el aumento del nivel del mar, la pérdida de biodiversidad, la deforestación y la degradación de los bosques. Estos fenómenos muestran efectos devastadores sobre la seguridad alimentaria y la producción agrícola y ganadera de secano; pero al mismo tiempo, el cambio climático puede ser una “oportunidad de oro” para la industrialización ecológica, como afirma el experto africano Lopes.
Este experto concibe una industrialización ecológica basada en bajas emisiones de carbono, la utilización eficiente de los recursos finitos (agua, energía), el uso de tecnologías limpias con el entorno, el empleo de energías renovables (solar, eólica, biomasa) y la gestión de residuos y el saneamiento. Industrialización que debe tener en cuenta el hecho de que África posee inmensas posibilidades en la llamada “economía azul”, constituida por grandes lagos, ríos, aguas subterráneas y recursos oceánicos.
Esos serán los recursos bióticos para el desarrollo de los sectores de la agricultura, la pesca, la acuicultura, las actividades farmacéuticas, químicas y cosméticas; sin olvidar el transporte marítimo, el ecoturismo y la logística necesaria para la ampliación de las cadenas de valor nacionales, regionales y mundiales. Todo ello requiere la cooperación y la integración regionales y continentales para evitar, por un lado, las economías de enclave carentes de futuro y, por otro, para lograr una mayor capacidad de negociación internacional de África en favor de una mayor “justicia climática”, que equilibre costes y beneficios ambientales.
Adviértase que África es un pequeño jugador en el escenario de intereses y poderes globales; pero en un escenario enormemente disruptivo en materia climática, que está provocando ya combinaciones letales en materia de competencia violenta por los recursos naturales, que exigen la transición rápida hacia las energías renovables, el abandono de los combustibles fósiles y la planificación a largo plazo que sopese los costes asociados a estrategias ambientalmente insostenibles.
África sufre las consecuencias del cambio climático, sin haber contribuido al mismo, con emisiones por persona y año de CO2 muy inferiores a las del resto del mundo. Las energías fósiles han configurado el mapa geopolítico y las energías renovables configurarán el del futuro; es decir, la distribución del poder en el mundo, los riesgos de conflicto y de estabilidad vs inestabilidad política. Configuración determinada en el pasado por la concentración geográfica de los recursos energéticos, pero que en el futuro vendrá dada por la descentralización de la producción y del consumo de las energías renovables en múltiples países, lo que permite abrigar una cierta esperanza de menores riesgos y de mayor estabilidad internacional, frente a la inestabilidad actual.
Al mismo tiempo, cabe afirmar que la vulnerabilidad derivada de la dependencia exterior de las fluctuaciones de los precios de la energía puede resultar mitigada con la transición hacia las energías renovables. Aunque no debe olvidarse que hay países africanos importantes que producen electricidad a partir del carbón (África del Sur) y otros (Nigeria, Angola, Ghana, Guinea Ecuatorial, Camerún, …) en los que el petróleo es la principal fuente de energía.
África necesita la integración y la coordinación entre estados para hacer frente al cambio climático, la reducción de emisiones mediante el aumento de la eficiencia energética, la adaptación de la vida económica y social al cambio climático y la adopción de políticas de desarrollo sostenible.
En efecto, se trata de implementar en la práctica la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal para disminuir la producción/consumo de hidrofluorocarbonos (HFC) y su sustitución por inputs ambientales más amistosos con el entorno natural, la protección de las costas frente a la subida de los niveles del mar (como en los casos de Lagos y Dar es-Salam) y la construcción de la Gran Muralla Verde en el Sahel frente al avance del desierto, así como políticas de desarrollo rural integrado para hacer frente a la degradación de los suelos, la deforestación y la desertización.
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