La Riqueza de las Regiones (por la Asociación Española de Ciencia Regional

Reflexiones para contextualizar el modelo de crecimiento económico valenciano (Segunda parte)

Reflexiones para contextualizar el modelo de crecimiento económico valenciano (Segunda parte)

Por A. F. Cubel-Montesinos, M. J. Murgui-García  y J. R. Ruiz-Tamarit -Profesores del Departamento de Análisis Económico de la Universitat de València -Miembros del Lab d’Economia de la Fundació Nexe

 

 

Como señalamos en la anterior entrada del Blog “Capital humano y capital natural: algunas reflexiones para contextualizar el modelo de crecimiento económico valenciano (Primera parte)”, para conocer la evolución a largo plazo de una economía es necesario contar con un modelo de crecimiento que nos permita entender las interrelaciones entre los diferentes agentes económicos (familias, las empresas y las administraciones públicas) y su influencia sobre las fases de desarrollo observadas en las economías reales. Los modelos más destacados en la literatura del crecimiento se organizan en función del mecanismo generador que priorizan y, con esto, caracterizan las economías en función de la base sobre la que se asienta su crecimiento económico sostenido. Esto es, los distintos tipos de capital empleados como factores de producción que hacen de motor del crecimiento en el largo plazo. En la anterior entrada nos centramos en uno de estos capitales, el capital humano. En esta segunda parte nos centraremos en el otro tipo de capital, el capital natural, e intentaremos ofrecer una descripción sencilla que ayude a interpretar su importancia en el crecimiento de economías como la valenciana.

El Capital Natural

El capital natural se define como el conjunto de los activos medioambientales localizados en un territorio que generan un flujo de bienes y servicios necesarios para la actividad económica. El capital natural incluye ecosistemas como los bosques y humedales, y los fondos marinos con toda su biomasa animal y vegetal; la calidad del aire y las aguas marinas libres de contaminación; las masas de agua dulce subterránea y superficial; las existencias de carburantes fósiles y los depósitos de minerales en superficie y en el subsuelo.

En conjunto, el capital natural comprende tanto recursos naturales renovables como no renovables que poseen un valor natural y paisajístico asociado a los servicios que prestan al sistema económico. Estos servicios se pueden agrupar en las siguientes categorías: regulación de los ecosistemas que representan el apoyo básico a la vida (atmosférica, climática, hídrica, ciclos de los nutrientes y elementos esenciales para la vida, biodiversidad, absorción de inundaciones, alcantarillado y asimilación de la contaminación); provisión de recursos; alimentación; protección; vertedero de residuos sólidos; reciclaje; belleza natural y apoyo de actividades recreativas.

Cuando se trata del capital natural también se tiene que afrontar el problema de su evaluación, una evaluación imprescindible si queremos dimensionar el sistema ampliado económico-demográfico-ecológico en el que se enmarcan las decisiones económicas. Generalmente no son necesarios los valores intrínsecos sino unos valores instrumentales que permitan estudiar los resultados del proceso económico en términos de eficiencia. Pero la evaluación económica del capital natural no es sencilla dada la dificultad inherente de los activos para los cuales no existe un mercado y a la que se añade la de los servicios no comercializados que se intercambian fuera de los mercados, sin transacciones explícitas que graben las cantidades y su valor.

En la mayoría de los casos se trata de bienes comunales o de bienes públicos para los cuales la aplicación del principio de exclusividad es bastante limitada sino nula. La imputación de un valor monetario por la vía habitual de los precios de mercado no es pues una opción válida para obtener los precios relativos que miden el coste de oportunidad. Los precios de mercado proporcionan una información parcial y errónea de la disponibilidad a pagar a partir de la agregación de valoraciones individuales que no representan la verdadera valoración social. En consecuencia, el capital natural aparece infravalorado por los mercados y es el gran ausente de las cuentas públicas.

En definitiva, la evaluación del capital natural presenta problemas en todos sus frentes, tanto si se quiere hacer una evaluación directa basada en la lógica del inventario, como si se quiere basar en la evaluación del flujo neto de servicios provistos por el capital. En este último caso nos encontraríamos los problemas añadidos de tener que calcular la productividad marginal del capital, decidir si se tienen que descontar los valores futuros, y escoger la tasa de descuento a utilizar.

Sin embargo, en la mayor parte de los estudios no es necesaria una valoración monetaria del capital natural, y los especialistas, en lugar de calcular los precios sombra, recomiendan la medida cuantitativa de los distintos elementos heterogéneos que lo componen. Siguiendo este planteamiento tendríamos que centrarnos en uno conjunto de ítems constitutivos del capital natural escogidos por su relevancia efectiva, y establecer comparaciones entre los distintos territorios haciendo uso de los porcentajes de participación y de las unidades físicas de referencia para cada uno de ellos. En particular, nos puede interesar la superficie forestal y arbustiva, la superficie en regadío del total de tierras de cultivo, las zonas húmedas, las disponibilidades de agua dulce, los parques naturales y espacios protegidos, la red de corredores verdes, los kilómetros de costa, los kilómetros de playa, los kilómetros cimentados de línea de costa, y también algunas condiciones climáticas como los días soleados y la temperatura media.

Dado que hay una gran preocupación por el problema de la sostenibilidad, es fundamental reconocer que el crecimiento demográfico y el crecimiento económico sostenidos generan demandas continuamente crecientes de los servicios que proporciona el capital natural. Así, la gestión de manera ineficiente de su uso, ante la externalidad negativa causada por el libre acceso a los recursos naturales, la sobreexplotación y la degradación, pueden poner en peligro el bienestar social generado por un sistema económico dependiente de los servicios medioambientales que le proporciona el capital natural.

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Con estas dos entradas del Blog, hemos querido aclarar en qué consisten los dos tipos de capital alrededor de los cuales gira la discusión sobre el crecimiento pasado, presente y futuro de la economía valenciana: el capital humano y/o el capital natural. La estructura económica del País Valenciano ha experimentado una enorme transformación a lo largo de su historia contemporánea, y especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX cuando una economía agraria, con núcleos industriales dispersos por el territorio, evolucionó hacia una economía industrial mayoritariamente manufacturera. En la segunda mitad del siglo XX se experimentan nuevos cambios que llevan asociados la expansión de actividades terciarias como el turismo, el comercio y la hostelería y la restauración, en detrimento de los sectores tradicionales. En definitiva, podríamos concluir que una economía valenciana inicialmente agrícola, transita por el terreno de la industria, y experimenta finalmente una reestructuración que la deja principalmente representada por los sectores terciarios de baja productividad, con una escasa presencia de la agricultura y la desindustrialización característica de las sociedades avanzadas. Sin embargo, la explicación de esta evolución no se encuentra en el modelo productivo, sino en el modelo de crecimiento que nos tiene que permitir dar cuenta de los éxitos y fracasos de la economía valenciana. La clave está en saber si el proceso de desarrollo valenciano ha estado basado en la acumulación de capital humano o en la explotación del capital natural, con todas las consecuencias que se derivan en cada uno de los casos.

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