Por la reindustrialización de la economía española
José María Mella, Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Asociación Española de Ciencia Regional
Recientemente, he tenido la oportunidad de debatir con empresarios y trabajadores los problemas industriales de la economía. Para centrar el debate-creo yo- hay que tener en cuenta que, en la actualidad, se está produciendo una revolución: es la llamada tercera revolución industrial, que en realidad es una revolución digital en la que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son fundamentales. Ante este nuevo escenario, la economía española puede posicionarse bien -en la economía internacional- si sabe poner en valor sus recursos.
Nuestra economía posee una relativamente importante base industrial, una clara vocación exportadora y un capital humano de calidad, que debe capitalizar para aprovechar sus oportunidades y sentar las bases de su recuperación, frente a una coyuntura económica tan adversa. Además, tiene una buena base técnico-científica en su Universidad, en los centros de investigación y tecnológicos, que resulta imprescindible para proyectarse en el mundo.
Pero, para alcanzar tales propósitos, es necesaria una estrategia de reindustrialización. Diría, incluso, más que necesaria, urgente, porque son los países con mayor peso industrial los primeros en salir de la crisis, generar mejores empleos y más estables, y producir los bienes que más repercuten en la calidad de vida y el bienestar de la población. Por eso, cabe decir que sin industria no hay economía próspera.
Esta estrategia de reindustrialización podría construirse sobre cuatro pilares. El primero, que nos enseñan las mejores experiencias internacionales, debería consistir en que las asociaciones de empresas (de los principales sectores manufactureros) contasen con una gestión profesionalizada en proyectos industriales complejos y en la dinamización de planes de competitividad.
Dicha gestión se vería muy enriquecida con una más fuerte colaboración universidad-empresa y con la puesta en marcha de “observatorios industriales”, en los que se hiciera un seguimiento internacional permanente de los sectores para aportar información y análisis expertos a las empresas (que ellas, individualmente y por su pequeña dimensión, no pueden hacer).
El segundo pilar sería reforzar el tamaño de las unidades productivas. La estructura exportadora está dominada por grandes empresas. Según los estudios, nuestras exportaciones podrían aumentar casi en un 10%, si las empresas fueran de mayor tamaño, nutriendo sobre todo el segmento de 10 a 100 empleados. Y para ello es necesario crear un entorno de mayor competencia, porque la entrada de nuevas empresas facilita la reasignación del empleo a unidades de mayor dimensión.
El tercer pilar debería basarse en el fomento de la complementariedad entre exportación e innovación. Las empresas aprenden mucho de la exportación: acceden a nueva información tecnológica y comercial y mejoran la gestión y los productos. Las empresas exportadoras son más propensas a innovar en materia de diseños, procesos, calidades y patentes.
Pero no basta con promocionar la exportación de manera pasiva, como, con frecuencia, equivocadamente se hace. Hay que hacer un esfuerzo interno de asimilación del conocimiento disponible en los mercados internacionales para utilizarlo eficientemente en la empresa, elevando así su productividad y competitividad.
Por último, el cuarto pilar debería basarse en una decidida política de internacionalización de las empresas, tanto por el lado de las exportaciones como de las inversiones. ¿De qué manera?
– centrando la actividad en las manufacturas y productos de alta tecnología, porque la cuota exportadora podría ser mayor.
– tratando de superar la insuficiente diversificación de los mercados, para exportar más, prestando una mayor atención a los mercados que más crecen de América y Asia.
– diseñando un programa específico para las pymes, seleccionando aquéllas con productos y capacidad empresarial para aprovechar las oportunidades de los mercados internacionales.
– haciendo una política de diferenciación del producto (si hacemos todos lo mismo estamos perdidos).
– mejorando la llamada “inteligencia de mercado” o conocimiento de los mercados exteriores.
– desarrollando una diplomacia comercial en los foros internacionales para establecer contactos, hilvanar alianzas y posicionarse internacionalmente.
– aumentando la producción que nuestras empresas hacen en otros países, porque tiene claros efectos positivos sobre las exportaciones.
– y atrayendo empresas extranjeras, que potencien nuestro tejido productivo, mejoren su eficiencia y promuevan su internacionalización.
La estrategia de reindustrialización propuesta debería implementarse con una intensa colaboración público-privada (de todas las administraciones, pero teniendo en cuenta que es fundamental que las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos y los empresarios en la esfera local desempeñen un papel protagonista). Porque industria y territorio, en cierto modo, son dos caras de una misma moneda.
Así las empresas, las ciudades, las regiones y la economía en su conjunto, si la política económica general camina en el sentido correcto, prosperarán y ganarán el futuro.