África y Europa: Un Futuro Compartido
Por José María Mella Marques, catedrático emérito y miembro de AMENET (África, Mediterráneo y Europa Jean Monnet Network, Unión Europea)
La idea básica de un futuro compartido de los dos continentes reside en que el desarrollo de África es un problema que deben resolver los propios africanos, aunque Europa tenga un papel y una responsabilidad en el proceso. Europa podría aportar elementos valiosos como modelo de integración en los ámbitos de la economía y de la política. Podría contribuir, de manera asociada con la Unión Africana, a lanzar un Pacto Verde (un “Green New Deal” euroafricano) con la aportación de recursos financieros, transferencia de tecnología y dotación de infraestructuras. La única condición de Europa sería que el Plan se implementase en común y se realizase en la perspectiva de fortalecimiento del proceso en curso de integración económica del continente.
Ciertamente, desde el final de la guerra fría, Europa ha debilitado sus vínculos con África, mientras China los ha fortalecido. Este último país se ha ocupado de invertir predominantemente en infraestructuras para facilitar la explotación de materias primas y acceder a los mercados africanos. Pero esta situación se ve alterada con la explosión migratoria, el cambio climático, la transición digital, la inseguridad y la necesidad de estabilidad.
Es bien conocido que desde 2014 ha habido una caída de precios para los países africanos intensivos en recursos, concretamente exportadores de petróleo, que ha sido la más pronunciada desde los años 70 del pasado siglo. Ello ha provocado disminuciones de ingresos, pérdidas de puestos de trabajo y mayores flujos migratorios. Por tanto, debe promoverse también un Plan de Crecimiento Europeo con África, capaz de combinar el crecimiento de las economías africanas con las necesidades futuras de las economías europeas y las movilidades de emigrantes de manera solidaria y segura.
Europa debe establecer una política de seguridad capaz de salvaguardar y regular los flujos de emigrantes con respeto a su dignidad en los países de origen, de tránsito y de llegada. Y, al mismo tiempo, debe haber un esfuerzo de África a escala continental para promover la creación de puestos de trabajo y el crecimiento de la renta per cápita en el ámbito de la integración económica de los países. Estamos en presencia de un fenómeno que responde a problemas de fondo, no de coyuntura. Estudios recientes muestran que ni la ayuda ni el desarrollo económico reducirán en el corto/medio plazo dichos flujos desde los países atrasados.
Cabría actuar de otro modo. Convendría, primero, reconsiderar propósitos ilusorios como detener la emigración, con barreras a modo de puertas al campo cada vez más al Sur en el Noroeste africano (como hacen el gobierno y la UE). Y, después, debería programarse, de una manera más articulada y con objetivos claros, esquemas de ayuda a itinerarios legales de emigración. Itinerarios, que son indudablemente más seguros, fiables y predecibles, tanto para los emigrantes como para los países de origen y destino. Este es un punto en el que la UE y los gobiernos europeos debieran pensar si de verdad quieren afrontar los retos del futuro. A fecha de hoy, la UE asigna una parte mínima de los fondos a la promoción de la emigración legal, lo que resulta injustificable por el envejecimiento de la población europea, el declive de esta y la necesidad de mano de obra.
En segundo lugar, Europa y África deben actuar conjuntamente en materia de cambio climático. África necesita aprovechar las oportunidades ofrecidas por la transición energética hacia las energías renovables. La transición energética incluye el desarrollo de la energía solar, eólica, geotérmica, de la biomasa y otras, así como el almacenamiento de energía (eso es lo que muestran las experiencias en África del Sur, concretamente en las regiones de Cabo Occidental y KwaZulu-Natal), que permiten soluciones descentralizadas en mini-redes, especialmente eficaces en áreas remotas y aisladas del continente. Estas energías permiten la reducción de costes, la disminución de pérdidas de transmisión eléctrica y un mayor acceso a la electricidad, que como se sabe es un factor clave para el desarrollo de África.
La adquisición por las empresas y los consumidores europeos de energía solar producida en el desierto del Sahara podría elevar los ingresos, el consumo y los niveles de inversión de los países africanos. Y a su vez, aumentar la creación de plantas en África para la producción de energías renovables, formar el capital humano necesario en estas actividades y fomentar el impulso de la investigación en nuevas tecnologías que permitan la generación a gran escala de electricidad. Además, la disponibilidad de energía haría posible la construcción de plantas de desalinización de agua del mar y la irrigación de tierras convirtiéndolas en superficies fértiles para cultivos agrícolas.
Por tanto, las energías renovables pueden ser una excelente opción para avanzar en la resolución de los cortes eléctricos y la seguridad de abastecimiento, la electrificación rural y un incentivo a la inversión en estos nuevos equipamientos técnicos. Asimismo, la electrificación rural facilita el acceso al agua potable, la obtención de información y la continuidad de los procesos productivos.
En tercer lugar, la transición digital, hacia las nuevas tecnologías para superar su atraso económico, es clave en el esfuerzo conjunto entre nuestros dos continentes. La transición digital se basa en África en el salto espectacular a la telefonía móvil sin pasar por la fija, el establecimiento de la banda ancha y las redes de internet y, en general, la expansión de las tecnologías de la información y comunicación. Estas tecnologías están facilitando el acceso a los servicios financieros (“dinero-móvil”), a la electricidad, a la sanidad y a la educación; sin olvidar la oportunidad que ofrecen para transformar el trabajo informal en formal, cinco veces más productivo el segundo que el primero, mediante la documentación electrónica, con el debido respeto a la protección de datos.
En definitiva, estamos hablando de un ambicioso programa de reformas-con objetivos socioeconómicos claros-, que requieren una firme voluntad política y una ciudadanía consciente de sus derechos y del cumplimiento de sus deberes con el conjunto de la sociedad.
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